sábado, 28 de abril de 2012

Tesoros del camino: Casa del Ajimez, en Zafra


Arriba: ubicada en la calle Boticas, por haber acogido este edificio las boticas de la localidad desde su construcción hasta mediados del siglo XVIII, la Casa del Ajimez es un bello ejemplo del arte mudéjar popular que engalana las calles del municipio segedano desde el siglo XV, mostrando los ecos de un pasado donde tenían cabida las tres culturas que protagonizaron el Medievo español, y que han ayudado a hacer del casco histórico de Zafra uno de los Conjunto Histórico-Artístico más destacados de Extremadura, declarado como tal dentro de los Bienes de Interés Cultural de nuestra región el 08 de junio de 1.965 (Gaceta de Madrid nº 136).



Si bien la llegada a la Península Ibérica a comienzos del siglo VIII del movimiento islámico supuso un cambio radical en el panorama político de mencionados territorios, dibujado con anterioridad por el Reino Visigodo de Toledo, la presencia de la religión y cultura musulmana en lo que a partir de entonces se denominó Al-Ándalus afectó además a todos los ámbitos que componen el día a día de una comunidad, destacando, entre otros aspectos, a la sociedad y a la diferencia de clases, fomentando principalmente la aparición de nuevos y diversos grupos sociales diferenciados en base a su origen étnico o racial, así como fundamentalmente a la religión practicada por los mismos.

Cuando las tropas de Táriq Ibn Ziyad, más conocido como Tarik, desembarcan en las costas gaditanas, ocupando y conquistando las regiones gérmenes de lo que más tarde serían España y Portugal, se encuentra en la Península Ibérica con una población formada por los denominados hispano-visigodos, fruto de la unión de los descendientes de los hispano-romanos unidos a los que fueron sus invasores bárbaros visigodos, a los que habría que añadir los también bárbaros suevos, asentados en la antigua Gallaecia, en el extremo noroeste peninsular. Mientras que las clases nobles y los dirigentes y eclesiásticos más destacados del extinto Reino Visigodo huyen hacia las tierras de la costa cantábrica, refugiados al Norte de los Picos de Europa, el resto de la población asume el cambio de dirección político-religiosa del país, así como la llegada de colonos musulmanes al mismo. Serían éstos árabes y bereberes, los primeros originarios de la Península donde se forjó el punto de partida del movimiento islámico y llamados para la dirección y gobierno de la nueva provincia anexionada al mundo musulmán, y los segundos venidos del Norte del continente africano, relegados a las regiones rurales donde, además de protagonizar destacadas rebeliones a lo largo de la historia andalusí contra los diversos monarcas emirales y califales, explotarán los cultivos y aplicarán sus conocimientos sobre el regadío en el mundo de la agricultura.



Arriba: sobre el arco adintelado, propio del mudéjar empleado en las viviendas particulares de la Baja Extremadura, que cubre la portada del acceso al inmueble, hallamos los dos elementos decorativos con que los alarifes mudéjares quisieron embellecer la fachada del edificio, basados en un alfiz trenzado donde alternan los azulejos lisos geométricos con los ladrillos aplantillados, coronado con una ventana geminada o ajimez fabricada igualmente con azulejos y ladrillos según las tradicionales técnicas andalusíes.



Se empieza a dibujar así el panorama social de Al-Ándalus, donde el origen étnico y fundamentalmente la religión conlleva la división de la sociedad en tres destacados grupos de población, con ramificaciones a su vez. Así, la tríada mencionada se diferenciaría entre sí por la religión practicada, encontrando a musulmanes y cristianos junto a una comunidad hebrea en aumento y cuya llegada a la Península Ibérica se remonta legendariamente a la expulsión de los judíos de Jerusalén tras la destrucción de la ciudad en tiempos de Tito (siglo I d.C.). Serían cristianos los descendientes de los hispano-visigodos que permanecieron en sus territorios de origen conservando su fe en Cristo, adquiriendo ahora el nombre de mozárabes para diferenciarlos de los cristianos no andalusíes que habitaban las regiones no ocupadas por el Islam. El grupo musulmán por su parte se vería segregado en tres ramas, dos de las cuales serían ocupadas por los dos grupos de colonos, árabe y bereber ya mencionados, y la tercera por la población hispano-musulmana convertida a la religión mahometana, tomando el nombre de muladíes, o renegados.

El trascurrir de la historia y el avance de los reinos cristianos del Norte hacia las tierras del Sur, hasta lograr la reconquista total de los antiguos territorios del desaparecido Reino Visigodo, supuso la paulatina aparición en mencionadas monarquías de grupos sociales diferenciados de la misma manera que en el mundo andalusí se habían dado, reguladas nuevamente por el origen étnico y la religión. Esta nueva diferenciación social daría como resultado una nueva clasificación de la población peninsular, figurando nuevamente tres grandes grupos en base a su religión, pero con un resultado final encaminado a una diferenciación bastante distinta a la experimentada en el mundo andalusí, y cuyo destino vería escrito un final muy distinto para unas y otras comunidades. El grupo cristiano estaría ahora compuesto tanto por descendientes de mozárabes, como por los cristianos no andalusíes, originarios de las regiones del Norte peninsular y colonos de las nuevas tierras reconquistadas. Los musulmanes súbditos de los reyes cristianos no se diferenciarían esta vez entre sí por su origen étnico, sino que todos juntos conformarían el grupo de los denominados mudéjares, población más populosa según avanzamos al Sur y nos acercamos a las que fueron ciudades capitales en el mundo andalusí, como Sevilla, Córdoba o Granada. Los judíos, por su parte, conservan su grupo étnico y religioso sin cambios a destacar.

La llegada del reinado de los Reyes Católicos a finales del siglo XV conlleva una última división social, originada por su política de unión religiosa. De los tres grupos existentes quieren dichos monarcas formar uno sólo, donde la religión católica, la única aceptada por el Estado, sea la exclusiva a practicar por todos los súbditos del mismo. La población pasa a dividirse entonces en dos sencillos grupos, ambos cristianos, pero diferenciados en base a la fecha de bautismo de sus miembros. Así, los conocidos como “cristianos viejos” englobarían a los cristianos descendientes de hispano-visigodos que nunca profesaron la fe musulmana, es decir, cristianos no andalusíes y mozárabes. Los “cristianos nuevos” acogerían por el contrario a las familias cuyos ascendientes ejercieron diferentes religiones a la católica, como son los moriscos, o mudéjares convertidos al cristianismo, o los conversos, judíos bautizados bajo la fe de Cristo. Los judíos no convertidos, así como los mudéjares que no quisieron abandonar su fe mahometana, fueron expulsados de las tierras de Castilla por edictos de 1.492 y 1.502, respectivamente. También expulsados serían con posterioridad los moriscos, ya en el siglo XVII y bajo el reinado de Felipe III, finalizando con tal destierro la división social y étnica originada durante el Medievo de la Península Ibérica.





Son muchos los pueblos de la provincia de Badajoz donde los albañiles mudéjares, herederos de los alarifes, maestros de obras  y arquitectos musulmanes, dejaron su huella entre las calles y plazas de los mismos. El arte mudéjar es admirado por las clases nobles y dirigentes de la época, que mandan construir o renovar edificios bajo este orden artístico donde la belleza de los trabajos de origen musulmán sostiene las obras costeadas y usadas por los vencedores. Sin embargo, el gusto por el arte mudéjar va más allá y sobrepasa el simple sometimiento a los cristianos de la cultura andalusí. El gusto por las técnicas consideradas como exóticas es compartido tanto por las altas esferas como por el pueblo llano, surgiendo de tal encanto no sólo la encomienda de obras religiosas o palaciegas, sino además de obras civiles y populares que engalanan con el ladrillo, el yeso o los azulejos soportales y ventanas de villas, pueblos y aldeas de toda la provincia pacense, destacando, entre todos ellos, la localidad de Zafra, Safra o Çafra para los musulmanes, luciendo hermosos arcos de ladrillo enmarcados por alfices a lo largo de los laterales de sus Plazas Grande y Chica, arcos entrelazados en las fachadas de muchas de sus casas encaladas, o ventanas geminadas en las portadas de muchas viviendas de la villa, destacando entre todas ellas la de la Casa del Ajimez, nombre tomado justamente a raíz del ajimez o ventana arqueada dividida por una columna marmórea que presenta la misma desde que se levantara el inmueble a finales del siglo XV.

Ubicada en la calle de Boticas, que parte de la esquina noroccidental de la Plaza Chica zafrense, el edificio albergó desde su construcción las boticas de la localidad, hecho que propició la declaración de la vía en que se encuentra con tal nombre. Destinada a este uso farmacéutico, no fue hasta mediados del siglo XVIII cuando se transformó en despacho de bebidas alcohólicas, muchas de ellas elaboradas en su interior. Como vivienda particular llegó al siglo XX, hasta su adquisición por la administración pública y conversión en el actual Centro de Acogida del Turista. El mal estado en que llega a finales del siglo pasado conlleva la restauración del edificio, conservándose únicamente en pie del original entramado tardomedieval la fachada del inmueble, donde se presentan algunos de los elementos decorativos mudéjares más destacados entre aquéllos que embellecen las calles del municipio. Son concretamente dos las piezas derivadas del arte mudéjar que encontramos en la portada de la Casa del Ajimez. Ubicadas sobre la puerta de acceso principal, que cuenta con un arco adintelado propio del mudéjar popular, contamos con la ventana arqueada ya mencionada, así como con un bello alfiz trenzado fabricado con azulejos geométricos de color castaño y verde, bordeados con ladrillos aplantillados. Azulejos con colorida decoración geométrica dibujada según la técnica andalusí de la cuerda seca son, por su parte, los que bordean el ajimez, cuyos arcos de ladrillo angrelados u ondulados muestran en su intradós o cara exterior inferior una serie de arcaduras o salientes que hacen asemejarlos a los arcos lobulados, comunes dentro del arte hispano-musulmán. A ambos lados de la ventana podemos ver, además, uno de los pocos ejemplos de esgrafiados conservados en la localidad, consistente en seis paneles colocados en parejas verticales,  mostrando cada uno en un espacio rectangular dibujos geométrico-vegetales, compaginando con el geometrismo de la decoración mudéjar conjunta, y engalanando aún más la fachada de este histórico edificio para enriquecimiento del patrimonio segedano, y gozo del visitante que pasea por sus calles y que encontrará en el mismo una simbiosis de historia y arte en todo un tesoro del camino.

Arriba: el ajimez de la Casa que lleva su nombre se compone básicamente de dos arcos ondulados sostenidos por una fina columna marmórea, circundando la ventana una serie de azulejos cuyo dibujo geométrico ha sido elaborado siguiendo la andalusí técnica de la cuerda seca.


La existencia de diversos grupos sociales y religiosos en Al-Ándalus, así como en los reinos cristianos peninsulares especialmente tras la ocupación llevada a cabo por los mismos de las tierras andalusíes, conllevó la convivencia durante toda la Edad Media de diversas culturas emparentadas en algunos aspectos, pero diferenciadas en otros tantos. Tal convivencia fraguó el mestizaje cultural del que deriva gran parte de la cultura española actual, destacando, entre uno de sus mayores resultados, la aparición de dos movimientos artísticos plenamente hispanos sin igual en ninguna otra parte de Europa ni del mundo. Hablamos de los denominados como arte mozárabe y arte mudéjar, simbiosis en ambos casos de las formas arquitectónicas y decorativas cristianas y musulmanas, con predominio de las primeras en el primero de los casos, y de las segundas en el arte de los mudéjares, heredado también por sus descendientes moriscos.

Es el arte mudéjar, como su nombre indica, el practicado por ese grupo de población de fe musulmana, súbditos de los reyes cristianos que habían reconquistado los territorios andalusíes donde habían vivido ellos y sus progenitores. De su pasado andalusí habían heredado y conservado su cultura y su arte, sus fórmulas arquitectónicas y sus gustos decorativos. Esa herencia adquiere ahora, además, soluciones propias del arte cristiano, simbiosis más pronunciada según pasa el tiempo y el pasado musulmán se va borrando con el trascurrir de los años, pesando cada día más los movimientos artísticos cristianos venidos de Europa. Pasamos así de un mudéjar que apenas encuentra diferencia con el arte hispano-musulmán propio del Al-Ándalus por reconquistar, a un mudéjar unido al Románico, o posteriormente mezclado con el Gótico, cuyas obras van salpicando las regiones españolas según se van reconquistando las mismas por las huestes cristianas, aumentando en número según nos distanciamos de la frontera que durante siglos mantuvieron ambas facciones político-religiosas. En el caso de Extremadura, será esa la razón por la cual el arte mudéjar intensifica su presencia según nos distanciamos de la frontera natural que supuso el Sistema Central, así como de la linde establecida por el cinturón defensivo formado por los castillos elevados al Sur del río Tajo y Norte del Guadiana. El mudéjar cacereño, aunque de gran calidad, es superado en número de obras por el mudéjar pacense, provincia donde la población mudéjar, y posteriormente morisca, supuso un notable grueso de su población, al decidir los mismos permanecer en las comarcas donde sus antecesores habían explotado las fértiles tierras durante siglos, aprobándose la iniciativa por los nuevos dirigentes ante el escaso número de colonos cristianos que llegaban del Norte peninsular, al haberse efectuado paulatinamente la reconquista más rápidamente que el crecimiento de la población de las monarquías cristianas. Despuntan dentro de la provincia en la Comarca de Barros, donde los vencedores  reciben gustosamente los tributos dados por una población diligente y trabajadora, sabiamente explotadora de los recursos naturales y cultivos de la zona, capitaneando Hornachos, conocido como el pueblo de los moriscos, entre las localidades con mayor número de descendientes de musulmanes, formando los mismos la práctica totalidad de sus vecinos.





Arriba y abajo: a ambos lados del ajimez, así como de la ventana ubicada a la izquierda del mismo, encontramos seis esgrafiados y vestigios de alguno más que permiten disfrutar hoy en día de uno de los escasos ejemplos de esta técnica en la localidad zafrense, donde el mortero de cal presenta formas geométrico-vegetales concordantes con la decoración geométrica reflejada por los mudéjares en la fachada de la Casa del Ajimez.


4 comentarios:

  1. Otra maravilla que conocer. Gracias.

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    1. Muchas gracias a ti, Marta, por tu visita y tu comentario. En las próximas entradas, que ya estoy preparando, hablaré de otros monumentos extremeños englobados dentro del arte mudéjar, con el que espero dar a conocer un poco más esta parte de la herencia de origen andalusí en mi región. Espero que también te gusten. Un saludo!

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  2. Pues me van a gustar muchísimo, estoy segura de ello.
    Extremadura es una tierra que hay que conocer y creo que es deber nuestro (poco ya, pero algo de extremeña queda en mí) explicarla y en la medida de lo posible, proteger este patrimonio sobresaliente al difundir su existencia.

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  3. La verdad es que desconocía la existencia de esta casa. Muy interesante, Samuel. Una pena que no llegara a nuestros días en mejor estado pero al menos se conserva la bonita fachada, que nos hace tener una idea de lo atractivo del arte mudéjar. Seguro que vas a enseñarnos algunas muestras más de este arte de la comarca de Tierra de Barros y de otros lugares.

    Saludos y hasta pronto.

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