sábado, 19 de noviembre de 2011

Anfiteatro romano de Cáparra


Arriba: vista general de los restos del anfiteatro romano de Cáparra, municipio levantado sobre un previo asentamiento prerromano que alcanzó cierto auge, convirtiéndose en lo que hoy llamaríamos una ciudad de provincias.

"Panem et circenses", o lo que en castellano traduciríamos como "pan y circo", es una locución latina que desde que el poeta romano Juvenal la usara en su Sátira X, no ha dejado de utilizarse en el mundo occidental hasta el día de hoy, en referencia a las políticas populistas que intentan mantener al pueblo alejado de la vida gubernativa. Todo un resumen de los regímenes que llevaba a cabo Roma, especialmente durante la época imperial, dándole al pueblo trigo a bajos precios y entradas gratuitas para los juegos circenses, manteniéndolo así más que conforme y alejado de la vida pública, mientras que practicaban el populismo, o lo que es lo mismo, ganaban adeptos a su causa a través de una fácil y estimada propaganda.

Ganarse al pueblo a través de los juegos circenses u otros espectáculos y maneras de entretenimiento, era ganárselo a base de organizar llamativas galas en el circo, destinado a las carreras de caballos y de carros, de programar un sinfín de exhibiciones animales y humanas y espectáculos sangrientos en el anfiteatro, o incluso de proyectar citas culturales en el teatro, los tres edificios que formaban la trilogía de instalaciones orientadas a divertir al pueblo, pero también destinados a romanizar a las poblaciones conquistadas y alejadas de la capital del Imperio, introduciendo una parte más de la cultura supuestamente superior que les había invadido y que poco a poco les iba sometiendo y dominando.



Arriba: maqueta que sobre la ciudad de Cáparra se expone en el Centro de Interpretación del yacimiento romano, donde se observan los monumentos más característicos de este municipio, incluyéndose entre ellos el anfiteatro, junto a la puerta Sureste del recinto amurallado.

Mientras que tanto el circo como el teatro eran instalaciones de inspiración griega, el anfiteatro aparece como invento plenamente latino, con antecedentes en regiones itálicas cercanas a Roma, destacando Etruria, pero sin precedentes helenos o asiáticos. Sí es griego sin embargo su nombre, que hace referencia al edificio construido a base de unir dos teatros, siendo éstos de planta semicircular, formando ambos un monumento circular u ovalado.  Mientras que el espacio central, llamado arena, se mantenía como el lugar de celebración de los juegos y  punto donde ejecutar los enfrentamientos lúdicos, a su rededor se levantaban las gradas, encerradas entre las dos elipses concéntricas que compondrían el plano del edificio: una interna marcando el espacio destinado a la arena, y otra externa señalando los límites del inmueble. El denominado podio sería la pared que, interiormente, separaría las gradas de la arena, elevadas con respecto al lugar de juego para mejor visión del espectáculo y salvaguarda de los espectadores, que podían situarse en cualquiera de los tres graderíos con que podían llegar a contar estos edificios (inferior, medio y superior). Como en teatros y circos, también el anfiteatro contaba con vomitorios, para facilitar la entrada y salida de los espectadores de los graderíos, y en anfiteatros de gran tamaño y relevancia aparecían además las fosas o dependencias bajo la arena, donde se custodiaban las fieras o se entretejían las labores de mantenimiento de los espectáculos, dando lugar a los espacios reservados para los combates náuticos una vez retiradas las tablas que separaban estos pasillos y espacios de la arena en sí.



Arriba: vista general del anfiteatro romano de Cáparra tomada desde el lugar donde se ubicaría una de las puertas que darían acceso a la arena, en el lado occidental del edificio.
Abajo: en el lado contrario, se conservan los restos de la puerta opuesta que igualmente comunicaría la arena con el exterior, punto oriental desde el que observamos las ruinas del monumento.


Tres eran los tipos de espectáculos que solían celebrarse dentro de los anfiteatros romanos. Los humanos, o combates entre gladiadores, recibían el nombre de "munera". Las "venationes" hacían referencia a los espectáculos animales y luchas entre fieras salvajes, y finalmente las "naumaquias", más excepcionales y poco frecuentes, aludían a los enfrentamientos navales. No hay que olvidar que también los anfiteatros, como espacios públicos que podían acoger a varios miles de espectadores, y donde la arena estaba diseñada para mostrar los eventos que allí tenían lugar a un público salvaguardado, eran el lugar ideal para ejecutar otro tipo de actos, no tan lúdicos pero en ocasiones habituales, y que igualmente podían servir como eventos propagandísticos. Hablamos de los ajusticiamientos de reos y presos, castigos de esclavos o ejecuciones de prisioneros, a base de sangrientas torturas y extremos tormentos con los que intentar amedrentar a esclavos y enemigos de Roma, pero del gusto de una población acostumbrada al derramamiento de sangre en una sociedad donde la vida humana tenía poco o escaso valor.



Arriba: depositados sobre lo que fue la arena de este edificio lúdico aparecen algunos sillares rescatados en las últimas excavaciones, posiblemente vestigios de lo que un día fue el pódium o muro interno del monumento.
Abajo: aspecto general que presenta la puerta oriental del anfiteatro, una de las dos que darían acceso a la arena, bien como Porta Triunphallis, o del Triunfo, o tal vez como Porta Libitinaria, o de los Muertos.



Abajo: vista general de los restos de las gradas sur del anfiteatro, donde se conservan varias de las puertas que permitirían el acceso de los espectadores al edificio, tomando asiento después sobre el tablado de madera que cubriría el terraplén.



Esparcidos a lo largo y ancho de todo el Imperio Romano, los anfiteatros aparecen diseminados por todas las regiones ocupadas por Roma como demostración no sólo de la conquista de las mismas, sino además como una de las armas con la que ejecutar la romanización y aculturación latina de las tierras sometidas. Numerosos son los anfiteatros construidos en la Península Itálica, pero abundan también en lo que fue la Galia o actual Francia, en Hispania, actuales España y Portugal, y un gran número más por otros países mediterráneos, como Croacia, Túnez o Argelia, y en regiones fronterizas del norte de Europa, formando parte del patrimonio histórico de Alemania o Reino Unido. En el caso de España se conservan actualmente más de una decena de anfiteatros, destacando por su buen estado los de Emérita Agusta (Mérida), Itálica (Santiponce) y Segóbriga (provincia de Cuenca), con otros ejemplos en Tarragona, Carmona, Cáparra, Ampurias, Berja, Écija y Cartagena (estos dos bajo las plazas de toros de mencionadas localidades), Málaga  y Córdoba (ambos en excavación). Lugo, León y Astorga podrían también conservar restos de sus anfiteatros, pendientes de estudio.

Mientras que el anfiteatro romano de Mérida destaca por ser de entre todos los conservados en España uno de los que mejor estado muestra en la actualidad, el anfiteatro de Cáparra, de mucho más modestas dimensiones, fábrica más pobre y peor estado de conservación es también destacable por ser, junto al primero y sin olvidar el anfiteatro romano de Conimbriga (Portugal), los tres únicos conservados de la antigua provincia de Lusitania, y ya sólo con el emeritense los dos con que cuenta la actual región de Extremadura.


Arriba y abajo: aspecto que presenta una de las puertas secundarias que, en el lado sur, daría acceso a las gradas desde el exterior, donde se conserva parte del muro construido a base de mampostería (imagen inferior) que serviría no sólo para rematar la entrada, sino además para encerrar el terraplén que serviría de grada.
   

Abajo: vista externa de la puerta descrita anteriormente, con vestigios del amurallado que la cubriría y que haría a su vez de fachada exterior.


Cáparra, Capara o Capera, oppidum de origen prerromano, posiblemente vetón, se ubicaba en el valle del río Alagón, encontrándose  la corriente y vega del río Ambroz cercanas a esta antigua ciudad romana, siendo atravesada de Noreste a Suroeste por la Vía de la Plata, contando el municipio como una de las mansio que ofrecían descanso al caminante que viajaba entre Emérita Augusta (Mérida) y Asturica (Astorga), quinta parada desde que se dejaba atrás la capital de la provincia lusitana. Debido a su existencia previa a la llegada de Roma, la localidad no se encontraba en la lista de las colonias que los nuevos dueños de estas tierras habían levantado en sus recientes dominios. Sin embargo, Cáparra alcanzó el título de municipio romano durante la época de los Flavios, en el tercer tercio del siglo I d.C. (Edicto de Latinidad por el emperador Vespasiano, en el año 74 d.C.), dejando de ser ciudad estipendiaria y convirtiéndose desde entonces sus habitantes en ciudadanos romanos de pleno derecho. A partir de ese momento comienza el despliegue socio-económico y cultural de la ciudad, apoyado por su privilegiada situación como punto primordial de entre aquéllos con que contaba la Vía de la Plata, auge que le permitió ser reconocida como una de las ciudades romanas más destacadas de entre aquéllas situadas entre el río Tajo y el Sistema Central. 



Arriba: también en el lado sur del anfiteatro se conserva una de las cuatro puertas principales del monumento que, incluyendo entre ellas a aquéllas que daban acceso a la arena, se ubicaban en los puntos más lejanos del centro de la elipse que encerraba el espacio destinado al coso.
Abajo: detalle de la puerta central del muro sur donde se aprecian algunos de los sillares y restos de mampostería que darían forma a este acceso principal del anfiteatro.


Fue entonces cuando esta amurallada ciudad de 16 hectáreas creció paulatinamiente en torno al trazado de la calzada que la atravesada, convertida aquí en kardo, levantándose en su punto central y de unión con el decumanus un arco tetrápilo (con cuatro puertas y planta cuadrada), único actualmente en España y símbolo de la ciudad, cercano al foro y a las termas municipales, monumentos que, al igual que este tetrapylum se erigieron a finales del siglo I d. C. y comienzos del siglo II.  También fue en esta época de esplendor y monumentalización de la ciudad cuando posiblemente, y a falta de pruebas, datos o inscripciones fehacientes que lo verifiquen, se erigió a las afueras del recinto amurallado y Este del municipio, cercano a la puerta sureste y junto a una de las tres necrópolis con que contaba la localidad, el anfiteatro romano de Cáparra.

De modestas dimensiones y fábrica humilde, su construcción se planteó de similar manera a la usada por las legiones en aquellos lugares donde acampaban durante largos periodos de tiempo, excavando y allanando uniformemente los terrenos donde se asentaría este edificio, que harían a su vez de arena (careciendo así de fosas subterráneas). Con la tierra obtenida se formaría el muro o terraplén que bordearía la elipse que encerraba la arena, y sobre el que se ubicarían después las gradas, una vez encajonado entre dos muros pétreos que harían de pódium en el interior, y fachada del anfiteatro en el exterior. Sobre este terraplén, cuya idea original era que se fuese petrificando con el paso del tiempo, una tarima de madera haría de grada para los espectadores, que accederían a ellas a través de diversas escaleras y entradas que comunicaban el anfiteatro con el exterior, siendo las cuatro principales aquéllas que coincidían con los cuatro puntos más distantes del centro de la elipse.



Arriba y abajo: construidas con la tierra extraída a la hora de allanar el espacio donde posteriormente se ubicaría la arena, el terraplén que conformaba las gradas del anfiteatro se encerró entre dos muros de mampostería, haciendo el exterior a su vez de fachada, conservándose restos de la misma en el lado sur del edificio.



En la actualidad, y gracias a las últimas excavaciones que se han llevado a cabo en el lugar, incluidas dentro del proyecto Alba Plata de la Junta de Extremadura, se ha recuperado parte del terraplén sur del anfiteatro romano de Cáparra, así como diversos lienzos del muro que exteriormente lo limitaba, sillares del pódium interior, y restos de las puertas de acceso al edificio, tanto las destinadas a los espectadores, como una de las dos orientadas al acceso a la arena y ubicada al Éste del edificio, siendo ésta bien la Porta Triumphalis, o la Libitinaria, de Triunfo o de los Muertos respectivamente. Triunfo seguramente fue del que gozó el gladiador cuya espinillera fue hallada en una de las necrópolis de la ciudad, ocrea de bronce bañada en plata que podemos admirar en una de las vitrinas de las salas dedicadas a Roma en el Museo Arqueológico Provincial de Cáceres.



Arriba: formando parte de uno de los ajuares descubiertos en una de las necrópolis con que contaba la ciudad de Cáparra, se halló esta ocrea o espinillera de bronce bañada en plata, rico aderezo que posiblemente perteneció a uno de los muchos gladiadores que mostraron su habilidad y fortaleza en la arena del anfiteatro romano de la ciudad, consiguiendo alcanzar la gloria y arrancar el entusiasmo de los espectadores.

Cómo llegar:

La ciudad romana de Cáparra, abandonada paulatinamente a lo largo de la Alta Edad Media, nos muestra sus ruinas en plena dehesa de Casablanca, en la mancomunidad de Trasierra-Tierras de Granadilla, entre los términos municipales de Oliva de Plasencia y Guijo de Granadilla, al Norte de la provincia de Cáceres. Cercana a la ciudad de Plasencia, su asentamiento sobre el original trazado de la Vía de la Plata hace que sea fácil acceder a ella desde la A-66 una vez alcanzada la localidad placentina si nos dirigimos hacia tierras castellano-leonesas.

Dejando atrás el desvío hacia Oliva de Plasencia, encontraremos más adelante una nueva salida de la autovía, esta vez hacia Villar de Plasencia, que tomaremos. Ya desviados, cruzaremos sobre la autovía hacia el Oeste, llegando al trazado de la N-630, donde veremos el comienzo de la carretera de Guijo de Granadilla al embalse de Gabriel y Galán. Los carteles indicándonos la proximidad del yacimiento empezarán a aparecer en la misma, en cuyo trayecto encontraremos finalmente las puertas al yacimiento.

El yacimiento de Cáparra y su Centro de Interpretación se encuentran regulados con horario de visitas. Habitualmente abre todos los días del año, pero para más seguridad y control de horas no viene mal ponerse en contacto con el mismo Centro, cuyo teléfono es el 927199485. El arco tetrápilo, por su lado, puede visitarse sin interrupción, al pasar bajo él el trayecto de la Vía de la Plata.



Arriba: vista general del centro urbano de la ciudad romana de Cáparra, presidido por el más destacado de sus monumentos, su arco tetrápilo, junto al que se edificaron las termas del municipio y el foro, haciendo de esta urbe una destacada ciudad dentro de la Lusitania cuyos vestigios fueron declarados Monumento Histórico-Artístico, actual Bien de Interés Cultural con la categoría de Zona Arqueológica (Gaceta de Madrid nº 155, de 4 de junio de 1.931).

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